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La rata bibliotecaria o Por qué el buscador de Google es una calamidad

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La rata bibliotecaria o Por qué el buscador de Google es una calamidad

Paseo en mis sueños por un mundo de ficción absurda en el que busco desesperadamente un ejemplar del Ulysses, de James Joyce. Tras subir unas escaleras por el lado inverso, encuentro una biblioteca que lo engulle todo a su alrededor.

Deglutido en su caótico interior, una rata de mi estatura, vestida de monje benedictino, se identifica como el bibliotecario. Es mi pesadilla de la suerte. El bibliotecario se hace cargo de mi búsqueda y me ofrece unos estrechos pergaminos con sus resultados y unas referencias en los estantes.

Paso las dos primeras páginas con títulos que no tienen nada que ver con lo que busco, o que son simples referencias a ensayos y estudios sobre el libro: “Analizando el Ulysses. Bloom y Dedalus. Dos hombres y dos destinos” es uno de los más consultados porque está en el primer legajo. En tercera posición, se encuentra el Ulysses, pero el autor es ClickaLike. Por curiosidad, lo consulto y veo que se incrementa el número de consultas en mi pergamino en un millón. Allí, en efecto, está Mulligan afeitándose y blasfemando sutilmente. El libro es una copia, pero el nombre de Joyce no aparece por ningún sitio.

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Imagen superior: Las «Fábulas», de Esopo, Apuleyo y sus «Metamorfosis», «Rebelión en la granja», de George Orwell, «La vida privada y pública de los animales», de J.J. Grandville... Hace siglos que la alegoría o la sátira animal se emplean como instrumento literario y político. Siguiendo esa tradición, el lector puede adivinar quién sería, en la vida real, nuestro personaje ficticio. En la fotografía, mi rata bibliotecaria, Matthew "Matt" Cutts, ingeniero de Google, especializado en la eficiencia de su buscador y en el posicionamiento web (Autor: Dana Lookadoo, CC)

Aun considerando que no voy a poder entenderme con una rata, me voy a hablar con el bibliotecario. Le parece imposible que no encuentre la obra original en el pergamino. De alguna manera, me las ingenio para que me deje hacer a mí la búsqueda del pergamino adecuado. Tras muchas vueltas, y utilizando un truco aprendido de las búsquedas de una funcionaria de patentes, logro encontrar finalmente el libro.

El libro es, en efecto, Ulysses, de James Joyce. En el libro continúa su título original. Es mi libro perdido secuestrado de la estantería de mi amiga Ana en Mallorca. Pero en el listado aparece como “Paseo de un hombre taciturno por Dublín con una pastilla de jabón en el bolsillo”. Intento entender esa clasificación. El bibliotecario me explica que alguna de sus ratitas se leyó el libro y decidió que ese era un título más adecuado. Está cargado de argumentos: Ulysses, a solas, no dice nada. Es un título muy corto y descuadraría lo bonito que quedan los listados en los pergaminos.

En efecto. No me he entendido con la rata. Cojo el libro. Firmo en el registro de salida donde me indica el bibliotecario, aunque me sorprende que tenga que ser con mi sangre y que el recuadro sea un tetragammaton. No me importa mucho. Cuando salgo de la biblioteca, extraigo mi intercomunicador y digo: “Scotty, sácame de aquí. No hay vida inteligente en este planeta”.

En un acto final de misericordia, mientras mis partículas inician el teletransporte fuera de este sueño, activo la caja de antimateria que me he dejado en la biblioteca. El mundo absurdo es engullido en una fiesta cuántica y mi pesadilla… continúa en el mundo real.

Copyright del artículo © Javier Sánchez Ventero. Reservados todos los derechos.


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